![]() |
A |
EVOCACIONES DE ORFANDAD
Teresita contaba con apenas ocho años cuando en forma
desprevenida y sin ningún recato se entera que a partir de ese instante perdía el apoyo más importante de su
vida. Con la tristeza estrujando su alma
comienza esta historia que hoy con nostalgia relata, en su papel de abuela y
como testimonio de superación, la
matrona en tono elocuente da fe de esos momentos remotos en los que los aires
de soledad filial la embargaron. Rodeada de sus descendientes y con reposada
senectud hace referencia a esos instantes de desesperanza que con su templanza
supo sortear, para celebrar sus dorados
noventa al lado de los suyos.
Cuenta la abuela que su Mamá Inés la invito a visitar una amiga en el viejo caldas, iniciaron tránsito desde el Espinal
Tolima y particularmente rumbo a
Calarcá, zona rural kilometro uno vía Armenia, allí su anfitriona las recibía
con la hospitalidad y la generosidad propia de los habitantes de estas tierras.
Por razones de fuerza mayor Teresita debió quedar a los cuidados de la
entrañable amiga de su madre. Con mirada suplicante la pequeña despide a su
progenitora, sin sospechar que esa sería la última vez que la vería. Siguió con especial atención la
figura materna hasta que esta se desvaneció en el horizonte, con la promesa de
volver a reunirse en corto tiempo.
Pasaron los días sin noticia alguna de su adorable madre,
mientras la amable señora se fue
transformando en el ogro que maltrataba
a la asustadiza pequeña, con remoquetes como care boje y con frases
despectivas, no sirve para nada,
repetidas hasta el cansancio y acompañadas de castigo físico a la menor falta; la infante
sentía que su vida era un caos. La cotidianidad transcurría con la
incertidumbre de no contar con el apoyo materno y con la sensación de la más
triste orfandad. En esos días vacíos una carta en las temblorosas manos de su
cuidadora contenía la devastadora noticia que daba cuenta de la ausencia
definitiva de su querida y añorada madrecita.
Los rincones de una casa extraña a sus querencias fueron
testigo de sus lágrimas y tristezas. Al lado de la fantasmal vivienda residía
su ángel guardián, la señora María quien con oídos solidarios escuchaba a través de las
paredes el trato ignominioso que la indolente señora profería a la indefensa
pequeña. Frente a semejante cuadro de deshumanización haciendo honor a su
nombre decidió actuar y brindar protección a teresita, quién estableció
comunicación con ella a través del cerco de guadua que las separaba. Allí
recibía la propuesta de abandonar definitivamente el infierno en el que estaba
para vivir de manera diferente y con respeto.
María desplegó sus alas de ángel guardián y arropó a la
pequeña en su vivienda, el nuevo hogar de teresita, conformado por José y
María un matrimonio que por situaciones
particulares de la vida no había podido concebir, acogió a su nuevo huésped; pasados algunos días y en el más completo
sigilo teresita en compañía de sus protectores se alejan de la casa dejando entre sus paredes la tristeza, las lágrimas derramadas y las
palabras hirientes de su desalmada “custodia”.
Hoy gracias a la intervención de María, la vida de teresa
recibió el toque mágico de la providencia que en manos de aquella pareja le dio la oportunidad de tener una vida digna y por designios divinos
el espíritu de su entrañable madre cuidó de alguna manera y en terceras manos
de su bienestar.